Tenemos marcas en el cuerpo
de los tiempos
en los que perseguíamos la neblina,
guarida del vaivén sobre el asfalto
y de las palmadas bulliciosas,
mientras escuchábamos
al aguacero
llegar susurrando
cuando éramos los únicos
en el lugar.
Le lanzamos al cielo
un grito que lo atravesó
y rebotó en las piedras
sin tener oído donde llegar.
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